jueves, 12 de enero de 2017

El diácono como miembro peculiar de la jerarquía

Antes de la reforma conciliar, existía el
ministerio de subdiácono. Aquí vemos a
J. Ratzinger (dcha) ejerciendo como tal
en la primera misa de su hermano.
Una doctrina que muchos comentaristas del Vaticano II parecen pasar por alto es que el Concilio plasmó de manera definitiva, como estructura fundamental jerárquica de la Iglesia, la triada: obispo-presbítero-diácono[1]. Si en la eclesiología previa se admitía una jerarquización más compleja con la diversidad ministerial con las llamadas órdenes mayores y menores, el Vaticano II simplifica todo ello en los tres grados mencionados. Tuvo en esto mucha importancia la nueva eclesiología, el reconocimiento pleno del diaconado como grado inferior jerárquico, el fortalecimiento de la conciencia eclesial sobre el sacerdocio común de los fieles y la clara apuesta por el desarrollo de la teología del laicado. Todo ello queda plasmado en la
Constitución Lumen Gentium que supuso toda una revolución en el esquema piramidal clásico de la Iglesia. Como quedaban nudos sueltos en cuanto a las llamadas órdenes menores, las cuales ya no parecían adaptarse a esta nueva forma de entender la Iglesia, Pablo VI publicó en 1972 el documento Ministeria Quaedam. Con éste se reforma en el rito latino la disciplina relativa a la primera tonsura, a las órdenes menores y al subdiaconado. Desaparecen las llamadas órdenes menores y aparecen así los llamados ministerios laicales de lector y acólito, aún hoy algo desaprovechados y desconocidos.

Relación con el obispo y con los presbíteros


Con esta nueva eclesiología surgen ahora una serie de interrogantes que hay que aclarar y que el postconcilio intentó resolver de manera más o menos exitosa: ¿cómo se sitúan los ministerios de presbítero y diácono con respecto al obispo?, ¿cuáles deben ser las relaciones entre presbíteros y diáconos? Al estar en el grado inferior jerárquico, ¿el diácono está al servicio de su obispo o de los presbíteros? ¿Cómo es la relación entre el diaconado permanente, que, no lo olvidemos, es grado clerical, y el laicado? Para responder a estas y otras preguntas, se hace necesario ir a las fuentes apostólicas que nos ofrecen abundantes testimonios.

Por la ordenación, el ministerio del diácono
está ligado con el del obispo
Desde el comienzo de la Iglesia se ve el ministerio diaconal como un ministerio ligado a la misión del obispo. Ya el texto fundacional de Hch 6, 1-6 nos habla de que los Apóstoles eligieron a siete varones asociados a ellos por la imposición de las manos para que atendieran las mesas, a fin de no abandonar la Palabra de Dios, es decir para cubrir este servicio al que ellos no llegaban. Son los primeros colaboradores de los apóstoles-obispos, y este ministerio vendrá siempre asociado a la figura del obispo. Aparece junto con a él en un par de lugares de la Escritura: Fil 1, 1 y 1Tim 3. Esto denota que los diáconos fueron auxiliares directos de los obispos, colaboradores del ministerio apostólico, ya desde tiempos neotestamentarios. Claro está que ninguno de estos dos ministerios estaban entonces configurados plenamente, y con la profundidad teológica y funcional de ahora: eso será misión de los siglos posteriores, pero no se puede negar esta relación existente, tan honda y rica.

            En la Patrística hay un rico número de textos que nos hablan de nuevo de la comunión de los diáconos con sus obispos. Siempre se les nombra juntos, siempre se habla de la colaboración de los diáconos con sus obispos o de su subordinación, dibujando ya entonces las funciones que ejercían los diáconos, no muy lejanas de las que ahora realizan: responsables de la vida caritativa eclesial, actividades propias de predicación (catequesis) y de liturgia (ministros de la comunión, viático). En estos textos se deja clara la estima por los diáconos: se llama a todos a su reverencia como a Jesucristo, se les nombra como mandamiento de Dios o emisarios de Dios y el oído del obispo, y su boca y su corazón y su alma[2].

En estos primeros siglos de la Iglesia aparecen ya también en unión con los presbíteros, pero tanto éstos como los diáconos están subordinados al obispo con quien colaboran. Además se va definiendo poco a poco su tercer lugar en la jerarquía, pero sin dejar a un lado su especial comunión con el obispo. No se les vincula tanto con el presbiterio, con el que tendrá que colaborar en cuanto también están en comunión con el obispo. Pero la colaboración es inexcusable: no en vano la urgencia de la fraternidad y el ser todos corresponsables del mismo ministerio apostólico conducía a ello. Sin embargo, algo fallaba. Faltaba definir qué funciones específicas tenían unos y otros ministerios.

Es debido precisamente a no clarificar magisterialmente las funciones que debían desempeñar los diáconos y los presbíteros, y la relación que debían tener entre ellos y con el obispo, lo que produjo una intromisión de las atribuciones de unos sobre otros con el consecuente enfrentamiento entre ordos. Las funciones diaconales al mismo tiempo se ven ejercidas por otros nuevos ministerios que surgen (subdiácono, acólito, ostiario…), quedando aquellos relegados a la liturgia y perdiendo su esencia ministerial de servicio. Asimismo los pecados cometidos por algunos diáconos en la administración eclesial, el nacimiento del cursus clerical, y una concepción más sacerdotal que de servicio en el sacramento del Orden, terminan por darle la puntilla al diaconado en su grado permanente sobre el siglo V[3].

Precisamente la historia de los ministerios muestra que las funciones sacerdotales han tenido una tendencia a absorber las funciones inferiores. Cuando el cursus clerical se estabiliza, cada grado posee unas competencias suplementarias con relación al grado inferior: lo que hace un diácono, lo puede hacer igualmente un presbítero. En lo más alto de la jerarquía, el obispo puede ejercer la totalidad de las funciones eclesiásticas. […] No le quedaban [a los diáconos] más que las tareas litúrgicas ejercidas ad tempus por los candidatos al sacerdocio[4]. Literalmente, el diaconado se queda sin tareas y no se hizo necesario, prescindiéndose así de la riqueza ministerial de su servicio. No se cumplieron los deseos del Apóstol: Un ojo no puede decir a la mano: no tengo necesidad de ti (1Cor 13, 21). El ojo ejerció de mano y la mano de ojo, y ninguno sólo lo que le correspondía. Todos los miembros jerárquicos son necesarios, también el diaconado, que tiene un enraizamiento sacramental y apostólico tan notable.

            Curiosamente esta absorción de las tareas de los inferiores por los superiores o viceversa no es lo querido por los Apóstoles al principio (cf. Hch 6, 1-6 y 1Cor 12, 12-31). La jerarquía puede, de esta manera, ser contemplada desde abajo o desde arriba. Si la mirada parte desde abajo, desde la carrera eclesiástica, desde el cursus clerical, piramidal y casi militarmente, es inevitable la absorción de funciones por los superiores a los inferiores. Pero si miramos desde arriba, desde una óptica de la delegación apostólica, los de grado inferior tendrán las funciones que sus superiores, los obispos, les han delegado al ser sus asistentes. De esta manera, en la creación de un nuevo ministerio, el obispo delega parte de su tarea apostólica en dicho ministerio, no de manera absoluta, pues el que tiene la misión de los apóstoles es el obispo, como sucesor de ellos. Pero el nuevo ministerio participa de la misión del obispo, asumiendo las funciones delegadas de una manera privilegiada, dándole contenido y encargo. Que otro ministerio, inferior o superior jerárquicamente, asuma funciones que no son las suyas puede entenderse pastoralmente, pero siempre teniendo presente su carácter de suplencia y provisionalidad. Cada ministerio brilla con su propia luz si ejerce sus propias funciones, pues para ellas fue creado.

En las acciones litúrgicas de los diáconos se aprecia claramente
su papel de servicio al obispo
Personalmente creo que la visión ministerial de arriba hacia abajo es más neotestamentaria y conciliar. La nueva eclesiología, queriendo arraigarse en los Apóstoles[5], usando categorías más ministeriales y menos sacerdotales[6], y potenciando el servicio[7], busca que todos los ministros sean colaboradores del obispo, y no tanto que tengan tal o cual función dependiendo de lo cerca o lejos que estén del episcopado. Con esta segunda perspectiva brilla no sólo el diaconado, sino también el presbiterado, que no es visto como un aspirante a obispo que se quedó por el camino, sino que se convierte en lo que los apóstoles quisieron: unos especiales colaboradores y consejeros necesarios para el ministerio episcopal[8] (no olvidemos las funciones primigenias del sínodo-consejo de ancianos-presbyteroi). Desde esta óptica de delegación episcopal, y conociendo tanto el significado del consejo de los presbíteros como el momento fundacional de los diáconos, no tiene sentido el que el presbítero asuma funciones diaconales, sino que deben potenciarse las suyas propias.

Esta gradación en estos ministerios puede acarrear un problema de relaciones jerárquicas si no se interpreta bien. Si el presbítero tiene el segundo grado en el sacramento del Orden, y está llamado a la colaboración con el obispo, ¿significa que el diácono, que se sitúa en el grado inferior, está al servicio, del presbítero o directamente del obispo? Esta cuestión es debatida y se suelen plantear dos opiniones enfrentadas: la de aquellos que opinan que el diaconado es un ministerio apostólico con vinculación directa con el obispo (in ministerio episcopi), y la de los que defienden que es un ministerio eclesiástico de servicio en comunión con el obispo y su presbiterio, subordinado a ambos grados. El matiz no es desdeñable porque fundamentará las relaciones intrajerárquicas y puede ayudar a encontrar el lugar idóneo donde el diácono debe desarrollar su vocación de servicio. Hay que reconocer que textos que apoyan una u otra idea no faltan tanto en los escritos neotestamentarios como en los patrísticos, así como en el magisterio eclesial. Incluso en un mismo documento podemos encontrar ambas ideas. En el Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes podemos encontrar argumentos en uno y otro sentido. Así, en el 8 leemos:

El fundamento de la obligación [de obediencia al obispo] está en la participación misma en el ministerio episcopal, conferida por el sacramento del Orden y por la misión canónica[9].


Esta idea se ve apoyada por la misma oración de ordenación diaconal, la cual recuerda la vinculación de los siete de Hch 6 a los Apóstoles:

Así también, en los comienzos de la Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos por el Espíritu Santo, eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano[10].

Por el contrario, la idea de que el diácono es subordinado al presbítero es introducida por el conocido texto de LG 29: […] en el grado inferior de la jerarquía […], y por el nº 28, de nuevo del Directorio:

El diácono recibe el sacramento del orden para servir en calidad de ministro a la santificación de la comunidad cristiana, en comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al ministerio del obispo y, subordinadamente al de los presbíteros, el diácono presta una ayuda sacramental, por lo tanto intrínseca, orgánica, inconfundible[11].

¿Cómo entender todo esto entonces? ¿Tiene que estar el diaconado subordinado al presbiterado o es un ministerio de servicio al obispo al mismo nivel que dicho presbiterado? Se hace necesaria una aclaración magisterial en este punto que no dejó clara la Comisión Teológica Internacional[12]. Por el momento se precisa encontrar un punto que armonice las ideas: la del diácono en vinculación directa con su obispo y, al tiempo, subordinado al presbítero. Un texto que puede clarificar esto podríamos encontrarlo en las Normas de Formación de los Diáconos Permanentes:

Los presbíteros y los diáconos están llamados a colaborar
estrechamente al servicio del Pueblo de Dios
En el ejercicio de su potestad, los diáconos, al ser partícipes a un grado inferior del ministerio sacerdotal, dependen necesariamente de los Obispos, que poseen la plenitud del sacramento del orden. Además, mantienen una relación especial con los presbíteros, en comunión con los cuales están llamados a servir al pueblo de Dios[13].

Podemos entender este texto como una vía intermedia en la que se deja clara la vinculación del diácono con su obispo, pero se pide la colaboración-comunión con el presbiterio (no su subordinación sin más). El obispo, sucesor de los Apóstoles es, en definitiva, el punto de unión y en donde se enraíza la jerarquía. Esta aclaración ayudará a entender que el diácono recibirá la misión-encomienda del obispo, no de los presbíteros, pero colaborando, como no puede ser de otra manera, íntima y fraternalmente, con los presbíteros implicados en el desarrollo de su labor[14].

Pero para una visible unión diácono-obispo, su labor ideal debe ser de carácter preferentemente supraparroquial. Por tanto, sin desdeñar aquellos destinos parroquiales donde se haga necesaria su presencia, y en la que muchos diáconos ejercen una labor más que brillante, se desprende de esta idea que el ámbito ideal para que el diácono ejerza su tarea es el diocesano (unidades territoriales rurales, delegaciones, cáritas, curia, tanatorios, hospitales, colegios, etc.), ya que resplandecerá más esa vinculación directa con el obispo y su misión. El diácono, en efecto, es un ministerio que participa de la misión profética de Jesucristo y es asociado al Obispo para anunciar al pueblo el Evangelio del reino y llamarlo a la conversión[15].

Para el ejercicio de su labor en parroquias, sin desdeñar las necesidades que se presenten, se necesita una maduración diocesana del ministerio, pues se hará difícil que todos, clero y pueblo fiel, no vean al diácono que colabora en una parroquia como un sustituto limitado del párroco o un presbítero a medias. Si el diácono ejerce su diakonía en una parroquia será porque el obispo le ha encomendado su misión allí, no porque el párroco le permita o pida su colaboración o ayuda. Un diácono ni puede ni debe sustituir a ningún párroco o vicario, pues ni sus funciones, ni su vocación, ni su estatus canónico[16] lo permiten.

Relación con los laicos


Otro aspecto que vemos conveniente estudiar es el papel de enlace que el diaconado puede ejercer entre jerarquía y laicado. El único documento en el que se menciona este papel mediador es el Motu Proprio Ad Pascendum, de 1972:

El Concilio Vaticano II acogió los deseos y ruegos de que, allí donde lo pidiera el bien de las almas, fuera restaurado el diaconado permanente como un Orden intermedio entre los grados superiores de la jerarquía eclesiástica y el restante pueblo de Dios, para que fuera de alguna manera intérprete de las necesidades y de los deseos de las comunidades cristianas[17].

Algunos obispos han elegido a diáconos como sus secretarios
personales. En la imagen, el cardenal Blázquez y su secretario,
el diácono permanente Patricio Fernández.
Hay que dejar claro que los diáconos son miembros del clero, pero su estilo de vida casi-laical, sobre todo en el caso de los diáconos casados, los cuales suelen tener familia y trabajo civil, y el consecuente y privilegiado contacto con los problemas e inquietudes de los laicos, les hacen adquirir una sensibilidad especial para hacer de puente entre jerarquía y laicado. Esta sensibilidad con el mundo laico es muy aprovechada por algunos obispos para destinar a sus diáconos a las periferias: ámbitos de acción sociocaritativa, sociopolítica o de relaciones con instituciones civiles. Otros obispos, han ido más allá, pues conociendo la positiva aportación de algunos diáconos casados en los asuntos del laicado, y favoreciendo la antes mencionada función de ser servidores directos del episcopado, han tomado como secretarios u hombres de confianza a diáconos permanentes (véanse por ejemplo los casos de los secretarios episcopales de Valladolid, Vic y Bilbao). Teniendo diáconos en las diócesis, que conocen y sufren, de primera mano, los problemas del laicado (familiares, sociales, políticos y laborales), ¿por qué no aprovecharlos en vez de destinarlos a puestos en los que no se requieren dichas experiencias?




[1] Cfr. LG, 20.
[2] Para más información hay abundantes textos patrísticos en COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El diaconado: evolución y perspectivas, Madrid 2003, 30-42. y en J. RODILLA MARTÍNEZ, El diaconado permanente en los albores del tercer milenio, Valencia 2006, 59-67.
[3] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, o. c., 51-57.
[4] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, o. c., 57.
[5] Cfr. LG, 6 y 19.
[6] Cfr. LG, 18.
[7] Cfr. LG, 18 y 36.
[8] PO, 7.
[9] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, Roma (22-2-1998), 8.
[10] PABLO VI, Constitución Apostólica Pontificalis Romani Recognitio, Roma (18-6-1968), 259.
[11] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, o.c., 28.
[12] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, o. c., 129-132.
[13] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Normas básicas para la formación de los diáconos permanentes, Roma (22-2-1998)., 8.
[14] Cfr. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, o.c., 77.
[15] F. GIL HELLÍN, Homilía en la ordenación diaconal de Fr. J.L. Galiana Herrero, “Boletín oficial del Arzobispado de Burgos”, 156/12, 973-975
[16] Cfr. CIC, 517/2.
[17] PABLO VI, Motu Proprio Ad Pascendum, Roma (15-8-1972).

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