Antes de la reforma conciliar, existía el ministerio de subdiácono. Aquí vemos a J. Ratzinger (dcha) ejerciendo como tal en la primera misa de su hermano. |
Una
doctrina que muchos comentaristas del Vaticano II parecen pasar por alto es que
el Concilio plasmó de manera definitiva,
como estructura fundamental jerárquica de la Iglesia, la triada:
obispo-presbítero-diácono[1]. Si en
la eclesiología previa se admitía una jerarquización más compleja con la
diversidad ministerial con las llamadas órdenes mayores y menores, el Vaticano
II simplifica todo ello en los tres grados mencionados. Tuvo en esto mucha
importancia la nueva eclesiología, el reconocimiento pleno del diaconado como
grado inferior jerárquico, el fortalecimiento de la conciencia eclesial sobre
el sacerdocio común de los fieles y la clara apuesta por el desarrollo de la
teología del laicado. Todo ello queda plasmado en la
Constitución Lumen Gentium que supuso toda una revolución en el esquema piramidal clásico de la Iglesia. Como quedaban nudos sueltos en cuanto a las llamadas órdenes menores, las cuales ya no parecían adaptarse a esta nueva forma de entender la Iglesia, Pablo VI publicó en 1972 el documento Ministeria Quaedam. Con éste se reforma en el rito latino la disciplina relativa a la primera tonsura, a las órdenes menores y al subdiaconado. Desaparecen las llamadas órdenes menores y aparecen así los llamados ministerios laicales de lector y acólito, aún hoy algo desaprovechados y desconocidos.
Constitución Lumen Gentium que supuso toda una revolución en el esquema piramidal clásico de la Iglesia. Como quedaban nudos sueltos en cuanto a las llamadas órdenes menores, las cuales ya no parecían adaptarse a esta nueva forma de entender la Iglesia, Pablo VI publicó en 1972 el documento Ministeria Quaedam. Con éste se reforma en el rito latino la disciplina relativa a la primera tonsura, a las órdenes menores y al subdiaconado. Desaparecen las llamadas órdenes menores y aparecen así los llamados ministerios laicales de lector y acólito, aún hoy algo desaprovechados y desconocidos.
Relación con el obispo y con los presbíteros
Con
esta nueva eclesiología surgen ahora una serie de interrogantes que hay que
aclarar y que el postconcilio intentó resolver de manera más o menos exitosa:
¿cómo se sitúan los ministerios de presbítero y diácono con respecto al
obispo?, ¿cuáles deben ser las relaciones entre presbíteros y diáconos? Al
estar en el grado inferior jerárquico, ¿el diácono está al servicio de su
obispo o de los presbíteros? ¿Cómo es la relación entre el diaconado
permanente, que, no lo olvidemos, es grado clerical, y el laicado? Para
responder a estas y otras preguntas, se hace necesario ir a las fuentes
apostólicas que nos ofrecen abundantes testimonios.
Por la ordenación, el ministerio del diácono está ligado con el del obispo |
Desde
el comienzo de la Iglesia se ve el ministerio diaconal como un ministerio
ligado a la misión del obispo. Ya el texto fundacional de Hch 6, 1-6 nos habla
de que los Apóstoles eligieron a siete varones asociados a ellos por la
imposición de las manos para que atendieran
las mesas, a fin de no abandonar la Palabra de Dios, es decir para cubrir
este servicio al que ellos no llegaban. Son los primeros colaboradores de los
apóstoles-obispos, y este ministerio vendrá siempre asociado a la figura del
obispo. Aparece junto con a él en un par de lugares de la Escritura: Fil 1, 1 y
1Tim 3. Esto denota que los diáconos fueron auxiliares directos de los obispos,
colaboradores del ministerio apostólico, ya desde tiempos neotestamentarios.
Claro está que ninguno de estos dos ministerios estaban entonces configurados
plenamente, y con la profundidad teológica y funcional de ahora: eso será
misión de los siglos posteriores, pero no se puede negar esta relación
existente, tan honda y rica.
En la Patrística hay un rico número de textos que nos
hablan de nuevo de la comunión de los diáconos con sus obispos. Siempre se les
nombra juntos, siempre se habla de la colaboración de los diáconos con sus
obispos o de su subordinación, dibujando ya entonces las funciones que ejercían
los diáconos, no muy lejanas de las que ahora realizan: responsables de la vida
caritativa eclesial, actividades propias de predicación (catequesis) y de
liturgia (ministros de la comunión, viático). En estos textos se deja clara la
estima por los diáconos: se llama a todos a su reverencia como a Jesucristo, se les nombra como mandamiento de Dios o emisarios
de Dios y el oído del obispo, y su boca y su corazón y su alma[2].
En
estos primeros siglos de la Iglesia aparecen ya también en unión con los
presbíteros, pero tanto éstos como los diáconos están subordinados al obispo
con quien colaboran. Además se va definiendo poco a poco su tercer lugar en la
jerarquía, pero sin dejar a un lado su especial comunión con el obispo. No se
les vincula tanto con el presbiterio, con el que tendrá que colaborar en cuanto
también están en comunión con el obispo. Pero la colaboración es inexcusable:
no en vano la urgencia de la fraternidad y el ser todos corresponsables del
mismo ministerio apostólico conducía a ello. Sin embargo, algo fallaba. Faltaba
definir qué funciones específicas tenían unos y otros ministerios.
Es
debido precisamente a no clarificar magisterialmente las funciones que debían
desempeñar los diáconos y los presbíteros, y la relación que debían tener entre
ellos y con el obispo, lo que produjo una intromisión de las atribuciones de
unos sobre otros con el consecuente enfrentamiento entre ordos. Las funciones diaconales al mismo tiempo se ven ejercidas
por otros nuevos ministerios que surgen (subdiácono, acólito, ostiario…),
quedando aquellos relegados a la liturgia y perdiendo su esencia ministerial de
servicio. Asimismo los pecados cometidos por algunos diáconos en la
administración eclesial, el nacimiento del cursus
clerical, y una concepción más sacerdotal que de servicio en el sacramento del
Orden, terminan por darle la puntilla al diaconado en su grado permanente sobre
el siglo V[3].
Precisamente
la historia de los ministerios muestra
que las funciones sacerdotales han tenido una tendencia a absorber las funciones
inferiores. Cuando el cursus clerical se estabiliza, cada grado posee unas
competencias suplementarias con relación al grado inferior: lo que hace un
diácono, lo puede hacer igualmente un presbítero. En lo más alto de la
jerarquía, el obispo puede ejercer la totalidad de las funciones eclesiásticas.
[…] No le quedaban [a los diáconos] más
que las tareas litúrgicas ejercidas ad tempus por los candidatos al sacerdocio[4]. Literalmente, el diaconado se queda
sin tareas y no se hizo necesario,
prescindiéndose así de la riqueza ministerial de su servicio. No se cumplieron
los deseos del Apóstol: Un ojo no puede
decir a la mano: no tengo necesidad de ti (1Cor 13, 21). El ojo ejerció de
mano y la mano de ojo, y ninguno sólo lo que le correspondía. Todos los
miembros jerárquicos son necesarios, también el diaconado, que tiene un enraizamiento sacramental y apostólico tan notable.
Curiosamente esta absorción de las tareas de los inferiores por los superiores o viceversa no es lo querido por los Apóstoles al
principio (cf. Hch 6, 1-6 y 1Cor 12, 12-31). La jerarquía puede, de esta
manera, ser contemplada desde abajo o
desde arriba. Si la mirada parte
desde abajo, desde la carrera eclesiástica, desde el cursus clerical, piramidal y casi militarmente, es inevitable la
absorción de funciones por los superiores a los inferiores. Pero si miramos
desde arriba, desde una óptica de la delegación apostólica, los de grado
inferior tendrán las funciones que sus superiores, los obispos, les han
delegado al ser sus asistentes. De esta manera, en la creación de un nuevo
ministerio, el obispo delega parte de su tarea apostólica en dicho ministerio,
no de manera absoluta, pues el que tiene la misión de los apóstoles es el
obispo, como sucesor de ellos. Pero el nuevo ministerio participa de la misión
del obispo, asumiendo las funciones delegadas de una manera privilegiada,
dándole contenido y encargo. Que otro ministerio, inferior o superior
jerárquicamente, asuma funciones que no son las suyas puede entenderse
pastoralmente, pero siempre teniendo presente su carácter de suplencia y
provisionalidad. Cada ministerio brilla con su propia luz si ejerce sus propias
funciones, pues para ellas fue creado.
En las acciones litúrgicas de los diáconos se aprecia claramente su papel de servicio al obispo |
Personalmente
creo que la visión ministerial de arriba hacia abajo es más neotestamentaria y
conciliar. La nueva eclesiología, queriendo arraigarse en los Apóstoles[5], usando
categorías más ministeriales y menos sacerdotales[6], y
potenciando el servicio[7], busca
que todos los ministros sean colaboradores del obispo, y no tanto que tengan
tal o cual función dependiendo de lo cerca o lejos que estén del episcopado.
Con esta segunda perspectiva brilla no sólo el diaconado, sino también el presbiterado,
que no es visto como un aspirante a obispo que se quedó por el camino, sino que
se convierte en lo que los apóstoles quisieron: unos especiales colaboradores y consejeros necesarios para el ministerio episcopal[8] (no
olvidemos las funciones primigenias del sínodo-consejo de ancianos-presbyteroi). Desde esta óptica de delegación
episcopal, y conociendo tanto el significado del consejo de los presbíteros
como el momento fundacional de los diáconos, no tiene sentido el que el
presbítero asuma funciones diaconales, sino que deben potenciarse las suyas
propias.
Esta
gradación en estos ministerios puede acarrear un problema de relaciones
jerárquicas si no se interpreta bien. Si el presbítero tiene el segundo grado
en el sacramento del Orden, y está llamado a la colaboración con el obispo,
¿significa que el diácono, que se sitúa en el grado inferior, está al servicio,
del presbítero o directamente del obispo? Esta cuestión es debatida y se suelen
plantear dos opiniones enfrentadas: la de aquellos que opinan que el diaconado
es un ministerio apostólico con vinculación directa con el obispo (in ministerio episcopi), y la de los que
defienden que es un ministerio eclesiástico de servicio en comunión con el
obispo y su presbiterio, subordinado a ambos grados. El matiz no es desdeñable
porque fundamentará las relaciones intrajerárquicas y puede ayudar a encontrar
el lugar idóneo donde el diácono debe desarrollar su vocación de servicio. Hay
que reconocer que textos que apoyan una u otra idea no faltan tanto en los
escritos neotestamentarios como en los patrísticos, así como en el magisterio
eclesial. Incluso en un mismo documento podemos encontrar ambas ideas. En el Directorio para el ministerio y la vida de
los diáconos permanentes podemos encontrar argumentos en uno y otro
sentido. Así, en el 8 leemos:
El fundamento de la obligación [de
obediencia al obispo] está en la participación
misma en el ministerio episcopal, conferida por el sacramento del Orden y por
la misión canónica[9].
Esta
idea se ve apoyada por la misma oración de ordenación diaconal, la cual
recuerda la vinculación de los siete de Hch 6 a los Apóstoles:
Así también, en los comienzos de la
Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos por el Espíritu Santo, eligieron,
como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano[10].
Por
el contrario, la idea de que el diácono es subordinado al presbítero es introducida
por el conocido texto de LG 29: […] en el
grado inferior de la jerarquía […], y por el nº 28, de nuevo del Directorio:
El diácono recibe el sacramento del
orden para servir en calidad de ministro a la santificación de la comunidad
cristiana, en comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al
ministerio del obispo y, subordinadamente al de los presbíteros, el diácono
presta una ayuda sacramental, por lo tanto intrínseca, orgánica, inconfundible[11].
¿Cómo
entender todo esto entonces? ¿Tiene que estar el diaconado subordinado al
presbiterado o es un ministerio de servicio al obispo al mismo nivel que dicho
presbiterado? Se hace necesaria una aclaración magisterial en este punto que no
dejó clara la Comisión Teológica Internacional[12]. Por el
momento se precisa encontrar un punto que armonice las
ideas: la del diácono en vinculación directa con su obispo y, al tiempo,
subordinado al presbítero. Un texto que puede clarificar esto podríamos
encontrarlo en las Normas de Formación de
los Diáconos Permanentes:
Los presbíteros y los diáconos están llamados a colaborar estrechamente al servicio del Pueblo de Dios |
En el ejercicio de su potestad, los
diáconos, al ser partícipes a un grado inferior del ministerio sacerdotal,
dependen necesariamente de los Obispos, que poseen la plenitud del sacramento
del orden. Además, mantienen una relación especial con los presbíteros, en
comunión con los cuales están llamados a servir al pueblo de Dios[13].
Podemos
entender este texto como una vía intermedia en la que se deja clara la
vinculación del diácono con su obispo, pero se pide la colaboración-comunión
con el presbiterio (no su subordinación sin más). El obispo, sucesor de los
Apóstoles es, en definitiva, el punto de unión y en donde se enraíza la
jerarquía. Esta aclaración ayudará a entender que el diácono recibirá la
misión-encomienda del obispo, no de los presbíteros, pero colaborando, como no
puede ser de otra manera, íntima y fraternalmente, con los presbíteros
implicados en el desarrollo de su labor[14].
Pero
para una visible unión diácono-obispo, su labor ideal debe ser de carácter preferentemente
supraparroquial. Por tanto, sin desdeñar aquellos destinos parroquiales donde
se haga necesaria su presencia, y en la que muchos diáconos ejercen una labor
más que brillante, se desprende de esta idea que el ámbito ideal para que el diácono
ejerza su tarea es el diocesano (unidades territoriales rurales, delegaciones,
cáritas, curia, tanatorios, hospitales, colegios, etc.), ya que resplandecerá
más esa vinculación directa con el obispo y su misión. El diácono, en efecto, es un ministerio que participa de la misión
profética de Jesucristo y es asociado al Obispo para anunciar al pueblo el
Evangelio del reino y llamarlo a la conversión[15].
Para
el ejercicio de su labor en parroquias, sin desdeñar las necesidades que se
presenten, se necesita una maduración diocesana del ministerio, pues se hará
difícil que todos, clero y pueblo fiel, no vean al diácono que colabora en una
parroquia como un sustituto limitado del párroco o un presbítero a medias. Si el diácono ejerce su diakonía en una parroquia será porque el obispo le ha encomendado
su misión allí, no porque el párroco
le permita o pida su colaboración o ayuda. Un diácono ni puede ni debe
sustituir a ningún párroco o vicario, pues ni sus funciones, ni su vocación, ni
su estatus canónico[16] lo
permiten.
Relación con los laicos
Otro
aspecto que vemos conveniente estudiar es el papel de enlace que el diaconado
puede ejercer entre jerarquía y laicado. El único documento en el que se menciona
este papel mediador es el Motu Proprio Ad
Pascendum, de 1972:
El Concilio Vaticano II
acogió los deseos y ruegos de que, allí donde lo pidiera el bien de las almas,
fuera restaurado el diaconado permanente como un Orden intermedio entre los
grados superiores de la jerarquía eclesiástica y el restante pueblo de Dios,
para que fuera de alguna manera intérprete de las necesidades y de los deseos
de las comunidades cristianas[17].
Algunos obispos han elegido a diáconos como sus secretarios personales. En la imagen, el cardenal Blázquez y su secretario, el diácono permanente Patricio Fernández. |
Hay
que dejar claro que los diáconos son miembros del clero, pero su estilo de vida
casi-laical, sobre todo en el caso de los diáconos casados, los cuales suelen
tener familia y trabajo civil, y el consecuente y privilegiado contacto con los
problemas e inquietudes de los laicos, les hacen adquirir una sensibilidad
especial para hacer de puente entre jerarquía y laicado. Esta sensibilidad con
el mundo laico es muy aprovechada por algunos obispos para destinar a sus
diáconos a las periferias: ámbitos de
acción sociocaritativa, sociopolítica o de relaciones con instituciones
civiles. Otros obispos, han ido más allá, pues conociendo la positiva aportación
de algunos diáconos casados en los
asuntos del laicado, y favoreciendo la antes mencionada función de ser
servidores directos del episcopado, han tomado como secretarios u hombres de
confianza a diáconos permanentes (véanse por ejemplo los casos de los
secretarios episcopales de Valladolid, Vic y Bilbao). Teniendo diáconos en las
diócesis, que conocen y sufren, de primera mano, los problemas del laicado
(familiares, sociales, políticos y laborales), ¿por qué no aprovecharlos en vez
de destinarlos a puestos en los que no se requieren dichas experiencias?
[1] Cfr. LG, 20.
[2] Para más información hay
abundantes textos patrísticos en COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El diaconado: evolución y perspectivas, Madrid 2003,
30-42. y en J. RODILLA MARTÍNEZ, El diaconado permanente en los albores del tercer milenio, Valencia 2006, 59-67.
[3] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL, o. c., 51-57.
[4] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL, o. c., 57.
[5] Cfr. LG, 6 y 19.
[6] Cfr. LG, 18.
[7] Cfr. LG, 18 y 36.
[8] PO, 7.
[9] CONGREGACIÓN
PARA EL CLERO, Directorio para el
ministerio y la vida de los diáconos permanentes, Roma (22-2-1998), 8.
[10] PABLO VI, Constitución
Apostólica Pontificalis Romani Recognitio,
Roma (18-6-1968), 259.
[12] Cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL, o. c., 129-132.
[13] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Normas básicas para la formación de los
diáconos permanentes, Roma (22-2-1998)., 8.
[15] F. GIL HELLÍN, Homilía en la ordenación diaconal de Fr.
J.L. Galiana Herrero, “Boletín oficial del Arzobispado de Burgos”, 156/12,
973-975
[16] Cfr. CIC, 517/2.
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