Como hemos venido haciendo en los últimos posts, continuamos considerando
el orden de los diáconos. Ahora citaremos los textos que indican cómo se
desenvuelve el diácono en las acciones litúrgicas según el Ceremonial de
los Obispos. Seguiremos de forma general la traducción del CELAM,
que actualmente es la única traducción oficial en castellano. Según el caso,
subrayaremos alguna indicación que sea digna de ello.
Parte
I: La liturgia episcopal en general.
Capítulo
II: Oficios y ministerios en la liturgia episcopal
Los
diáconos
25. Pertenece a los diáconos en
las acciones litúrgicas: asistir al celebrante, servir
al altar, tanto en lo referente al libro, como al cáliz,
dirigir oportunas moniciones al pueblo, proponer las intenciones de la
oración universal y proclamar el Evangelio.
Si
no está presente ningún otro ministro, supla él según la necesidad los oficios de los demás.
Si el altar no está de cara al pueblo, el
diácono siempre debe volverse a la asamblea cuando le dirige
moniciones.
26. En la celebración
litúrgica que preside el Obispo, haya por lo
menos tres diáconos: uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al Obispo. Si son varios,
distribuyan entre sí los diversos
ministerios, y por lo menos uno de ellos preocúpese de la participación activa
de los fieles.
Capítulo
IV: Algunas normas más generales
65. La vestidura litúrgica
común para todos los ministros de cualquier
grado es el alba, que debe ceñirse a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que
pueda ajustarse al cuerpo sin
necesidad de cíngulo. Pero antes de ponerse el alba, si ésta no cubre perfectamente el vestido ordinario
alrededor delcuello, póngase el amito.
El alba no puede cambiarse por una sobrepelliz, cuando se ha de vestir la casulla o la dalmática, o cuando la estola cumple la función de casulla o
dalmática. La sobrepelliz ha de llevarse siempre sobre la sotana.
Los acólitos, lectores y demás ministros, en vez de
las vestiduras antes mencionadas, pueden usar otras legítimamente
aprobadas.
67. La
vestidura propia del diácono es la dalmática, que se reviste sobre el
alba y la estola. La dalmática se puede omitir por necesidad o por una solemnidad de grado menor.
El diácono lleva
atravesada la estola, desde el hombro izquierdo, pasando
sobre el pecho, hacia el lado derecho del tronco, donde se sujeta.
Por tanto, no es la estola. De ahí que
en la Instrucción Redemptionis
Sacramentum recomienda no omitir su uso (n. 124): "La
vestidura propia del diácono es la dalmática, puesta sobre el alba y la estola.
Para conservar la insigne tradición de la Iglesia, es recomendable no
usar la facultad de omitir la dalmática".
74. En la Misa, en la
celebración de la Palabra y en una vigilia prolongada, mientras se
proclama el Evangelio, todos están de pie y, de ordinario,
vueltos hacia el que lee.
El diácono se dirige al ambón llevando solemnemente el
Evangeliario, lo
preceden el turiferario que lleva el incensario y los acólitos que llevan cirios encendidos.
El diácono, de pie en el ambón y vuelto hacia el
pueblo, después de que haya saludado a la asamblea, teniendo juntas las
manos, con el dedo pulgar de la mano derecha signa con el
signo de la cruz, primero el libro sobre el principio del
Evangelio que va a leer, después se signa a sí
mismo en la frente, en la boca y en el pecho,diciendo: Lectura
del Santo Evangelio.
La razón de las manos juntas para el gesto diaconal de la lectura del
Evangelio tiene que ver con lo que se dirá en el núm. 104, cuando al
hablar de las manos extendidas se menciona al obispo y al presbítero pero no al
diácono. Se puede intuir aquí una expresión ceremonial del carácter
esencialmente ministerial del diaconado según la mentalidad actual.
Se signa sobre el principio del Evangelio (+) y se hace según indica
arriba, sin hacer la señal de la cruz depués sobre todo el cuerpo, como se hace
al rezar el rosario.
El Obispo, a su vez, se signa, de igual manera, en la
frente, la boca y lo mismo hacen todos los demás.
Después, al menos en la Misa estacional, el diácono
inciensa tres veces el Evangelio, es decir, en el medio, a
la izquierda y a la derecha. En seguida lee el Evangelio hasta el final.
Terminada la lectura, el diácono lleva el libro para
ser besado por el Obispo, o el mismo diácono lo besa, a no ser que
como se dijo en el n. 73, la Conferencia Episcopal haya determinado
otro signo de veneración.
No se especifica quién decide, si el mismo diácono u otro. Besar el
evangeliario, por tanto, no es una "prerrogativa" del obispo.
Si no hay diácono, el presbítero pide y recibe la
bendición del Obispo y proclama el Evangelio, tal como se indicó antes.
81. Al Obispo que preside o
participa en una sagrada celebración sólo con el hábito coral, lo asisten dos
canónigos revestidos con su hábito coral, o
presbíteros o diáconos con sobrepelliz sobre la sotana.
Después de la reforma litúrgica puede ser difícil comprender el por qué del
número 81. La tendencia que existe es que el diácono lleve siempre alba porque
así es más fácil ceñirse la estola del lado derecho. Sin embargo, hay que
recordar que antes de la reforma litúrgica, en la celebración de los demás sacramentos
-fuera de la misa- sólo el obispo llevaba alba. Se trata, por tanto,
de una vestidura que de suyo es más "solemne" que el sobrepelliz, por
lo que no parece lógico que los que asisten al obispo la lleven mientras que
éste no.
El número 81 afecta a las demás celebraciones que se encuentran en el
Ceremonial de los Obispos en las que el Obispo se encuentra con hábito coral.
9o. El Obispo, si está en
la cátedra, o en otra sede, se sienta para poner incienso en
el incensario, de no ser así, pone el incienso estando
de pie; el diácono le presenta la naveta y
el Obispo bendice el incienso con el signo de la cruz, sin decir
nada.
Después el diácono recibe el incensario de manos del
acólito y lo entrega al Obispo.
Esta última rúbrica es contradicha por el
número 140: en este número no se da la opción para que el Obispo ponga el
incienso de pie y nada se dice sobre el diácono que recibe el incensario de las
manos del acólito. Observando las citas a pie de página del número 90 -que cita
al anterior Caeremoniale episcoporum- podemos decir que este es el modo
ordinario en que el Obispo recibe el incensario -siempre de manos del diácono-,
pero en el momento de la proclamación del evangelio el obispo no tiene nunca el
incensario ya que no lo va a usar.
96. ...El
diácono inciensa a todos los concelebrantes al mismo tiempo.
Por último, el diácono
inciensa al pueblo desde el sitio más conveniente.
99. El Obispo
celebrante, después que el diácono dice: Daos fraternalmente
la paz, da el saludo de paz por lo menos a los dos concelebrantes
más cercanos y después al primer diácono.
Nos encontramos con otro gesto que diferencia al diácono de los
presbíteros. Aunque el diácono asiste al Obispo y siempre le acompaña, no
recibe primero el gesto de la paz.
100. Mientras tanto los
concelebrantes, los diáconos, los demás ministros y también los
Obispos acaso presentes, se dan de modo semejante unos a otros
el saludo de paz.
El Obispo que preside la
sagrada celebración, sin que concelebre la Misa, da la paz a
los canónigos, o a los presbíteros, o a los diáconos que lo asisten.
104. Es costumbre en la
Iglesia que los Obispos o los presbíteros dirijan a Dios las
oraciones estando de pié y teniendo las manos un poco
elevadas y extendidas.
107. ...También
los concelebrantes y ministros, mientras van caminando o están de pie, tienen las manos juntas, a no ser
que tengan que llevar algo.
Continuamos considerando las funciones
del diácono en el Ceremonial de los Obispos como lo hicimos en otro post.
Ahora es el turno de la Parte II: La misa.
122. Conviene que haya por lo menos tres diáconos,
que sean verdaderamente tales, uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al Obispo. Si son varios
distribúyanse entre sí losdiversos ministerios, y por lo menos uno de
ellos preocúpese de la participación
activa de los fieles.
Si no pueden ser verdaderos diáconos entonces es
conveniente que su ministerio lo cumplan los presbíteros, los
cuales vestidos con sus vestiduras sacerdotales, concelebren con el
Obispo, aunque deban celebrar otra Misa por el bien pastoral
de los fieles.
Con expresiones como "que sean
verdaderamente tales" y la prescripción de que los presbíteros
concelebrantes que suplan el ministerio de los diáconos con vestiduras
sacerdotales se evidencia un cambio de mentalidad establecido después del
Vaticano II: el que es presbítero debe vestir las vestiduras propias de su orden.
125. Cosas que hay que preparar:
...
para el
Obispo: palangana, jarra con agua y toalla; amito, alba, cíngulo, cruz
pectoral, estola,dalmática, casulla (palio, para el metropolitano)
, solideo, mitra, anillo, báculo;
para los diáconos: amitos, albas, cíngulos, estolas, dalmáticas;
Este número concreta el 56, donde se
prescribe el uso de dalmática por el obispo en las celebraciones solemnes. En
todas las misas estacionales el obispo debe usar dalmática bajo la casulla
(según el n. 120, son: las mayores solemnidades del año litúrgico, en la misa
de consagración del crisma, el Jueves Santo en la Cena del Señor, el día del
patrono, el día natalicio del obispo, en grandes reuniones del pueblo cristiano y
en la visita pastoral). ¿Por qué? No porque el obispo haya sido
ordenado de diácono antes de ser obispo. Esta explicación es insuficiente:
yendo hasta sus últimas consecuencias, esta explicación justificaría su uso por
los presbíteros. La razón propia es que el obispo posee la plenitud del grado
del orden y por ello viste la casulla (orden presbíteral) y la dalmática (orden
diaconal). En la celebración de la misa según el misal de 1962 lleva también la
tunicela (orden sub-diaconal). Además, la dalmática tiene un sentido especial
para el obispo: en su origen fue un ornamento episcopal que después usaron los
diáconos por su creciente fama y poder en la Iglesia antigua. Por esta misma
razón se prescribe a los diáconos, tal y como comentábamos en el apartado anterior
a la hora de hablar del uso habitual de la dalmática por el diácono.
126. Después de que
haya sido recibido el Obispo, según se indicó antes (n. 79),
éste, ayudado por los diáconos asistentes y otros ministros, los
cuales ya tienen puestas las vestiduras litúrgicas antes de que él llegue,
deja en el "secretarium" la capa o la muceta,y
según el caso, también el roquete, se lava las manos y se reviste con
amito, alba, cruz pectoral, estola, dalmática y casulla.
Después uno de los dos
diáconos coloca la mitra al Obispo. Pero si es Arzobispo, antes
de recibir la mitra, el primer diácono le coloca el palio.
Entre tanto los presbíteros concelebrantes y los otros
diáconos, que no sirven al Obispo, se ponen sus vestiduras.
127. Cuando
ya todos están preparados, se acerca el acólito turiferario,
uno de los diáconos le presenta la naveta al Obispo, el cual pone incienso en
el incensario y lo bendice con el signo de la cruz.
Luego recibe el báculo, que le presenta el ministro. Uno de los diáconos
toma el Evangeliario, que lleva cerrado y con reverencia en la
procesión de entrada.
Los diáconos ponen las insignias al
obispo. También le presentan la naveta. Otro diácono lleva el evangeliario.
128. Mientras se canta el canto de
entrada, se hace la procesión desde el"secretarium" hacia
el presbiterio. Se ordena de esta manera:
- el
turiferario con el incensario humeante;
- un
acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucifijo puesta en la
parte anterior; va entre siete, o por lo menos dos acólitos que
llevan candeleros con velas encendidas;
- el
clero de dos en dos;
- el
diácono que lleva el Evangeliario;
- los
otros diáconos, si los hay, de dos en dos;
- los
presbíteros concelebrantes, de dos en dos;
- el
Obispo, que va solo, lleva la mitra y el báculo pastoral en la mano
izquierda, mientras bendice con la derecha:
- un
poco detrás del Obispo, dos diáconos asistentes;
- por
último los ministros del libro, de la mitra y del báculo.
Si la procesión pasa delante de la capilla del
Santísimo Sacramento, no se detiene ni se hace
genuflexión.
En el anterior número hemos visto que los
diáconos pueden desempeñar labores diaconales: desde poner una insignia
episcopal hasta presentar una naveta. Del mismo modo, en la procesión de
entrada el diácono, según su función, puede estar en un lugar u otro. El
diácono con el evangeliario encabeza a los miembros de su orden, que tienen
precedencia sobre el clero no concelebrante. En este sentido, el diácono es un
"concelebrante" sui generis. Pero los asistentes van un
poco detrás del obispo. En la procesión de entrada se ve con claridad que la
toda misa estacional requiere tres diáconos. En las diócesis con poco clero -o
pocos seminaristas- en los que puede que haya uno o ningún diácono transitorio,
es necesario que haya por lo menos tres diáconos permanentes para
que todas las misas estacionales se puedan celebrar de forma adecuada como lo
transmiten estas normas del Ceremonial.
129.
... El Evangeliario se coloca sobre el
altar.
Sobre el altar, no sobre el ambón.
131. Cuando el Obispo llega al altar, entrega al
ministro el báculo pastoral, y dejada la mitra, junto con los diáconos y los
otros ministros que lo
acompañan, hace profunda reverencia al altar. Enseguida sube al altar y, a una con los diáconos, lo besa. Después, si es necesario, el acólito pone de
nuevo incienso en el incensario y
el Obispo, acompañado por los dos diáconos, inciensa el altar y la cruz.
133. El Obispo recibe del
diácono el aspersorio, se rocía a sí mismo y a los
concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo y, según las
circunstancias, recorre la iglesia acompañado por los diáconos. Entre
tanto se canta el canto que acompaña a la aspersión.
136.
Los diáconos y los demás ministros se sientan según la disposición del
presbiterio,pero de tal manera que se
note la diferencia de grado con los presbíteros.
En estos números se muestra la labor
asistencial de los dos diáconos. ¿Dónde se sienta el diácono? Esto se desprende
del hecho de que los diáconos asistentes siempre acompañan al obispo. Por
tanto, se sientan cerca de él. Esto también se concluye de los números 171/a,
172 y 174 de la Ordenación
General del Misal Romano.
140. Sigue
el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo
litúrgico. Al iniciarse el Aleluya todos se ponen de pie, menos
el Obispo.
Se acerca el turiferario y uno de los diáconos le
presenta la naveta. El Obispo pone incienso y lo bendice sin decir nada.
El diácono que va a
proclamar el Evangelio, se inclina profundamente ante
el Obispo, pide la bendición en voz baja, diciendo: Padre, dame
tu bendición. El Obispo lo bendice, diciendo:El Señor esté en tu corazón. El
diácono se signa con el signo de la cruz y responde: Amén.
Entonces el Obispo, dejada la mitra, se levanta.
El diácono se
acerca al altar y allí van también el turiferario con el incensario
humeante, y los acólitos con los cirios encendidos. El diácono
hace inclinación al altar y toma reverentemente el Evangeliario, y omitida la
reverencia al altar, llevando solemnemente el libro, se dirige al ambón, precedido por el turiferario y los
acólitos con cirios.
141. En el ambón,
el diácono, teniendo las manos juntas, saluda al
pueblo. Al decir las palabrasLectura del santo Evangelio, signa el
libro y luego se signa a sí mismo, en la frente, la boca y el pecho, lo
cual hacen todos los demás. Entonces el Obispo recibe el báculo.
El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio, estando
todos de pie y vueltos hacia el diácono, como de costumbre. Terminado
el Evangelio, el diácono lleva el libro al Obispo para que lo
bese. Este dice en secreto: Por la lectura de este Evangelio; o también
el mismo diácono besa el Evangeliario, diciendo en secreto
la misma fórmula.
Por último, el diácono y los ministros
regresan a sus sitios.
El Evangeliario se lleva a la credencia u otro
lugar apropiado.
144. Terminado
el Credo, el Obispo de pie en la cátedra, con las manos
juntas, invita con la monición a los fieles a participar en la oración
universal.
Después uno de los
diáconos o el cantor o lector u otro, desde el ambón
o desde otro lugar apropiado, dice las intenciones, y el pueblo
participa según le corresponde. Por último el Obispo, con las
manos extendidas, concluye las preces con la oración.
En la Liturgia de la palabra llegamos
ciertamente al clímax del ministerio diaconal. Pide la bendición para leer el
evangelio. En el rito ambrosiano, todos los lectores la piden para poder
acercarse al ambón a leer. El diácono se signa cuando es bendecido por el
obispo. Esta es la actitud "natural" del bautizado y del ordenado
cuando es bendecido por el obispo. La omisión de la indicación de signarse
cuando se habla de la bendición final de la misa no quiere significar que
estuviera suprimida esta acción. Así lo han interpretado algunos, que se
limitan a inclinarse. Las omisiones en las rúbricas no significan,
necesariamente, la ausencia de signos que la tradición litúrgica ha expresado
siempre. El diácono ejemplifica aquí la actitud fundamental ante una
bendición. Sobre el beso del evangeliario y la proclamación con las manos
juntas, véase el comentario en el apartado anterior.
También el diácono lee los "dípticos" o intenciones de la Oración
universal. En presencia de un diácono ningún otro ministro debe adjudicarse
esta función. Junto con la proclamación del evangelio, la súplica es una de las
características fundamentales del ministerio diaconal. En la liturgia hispano-mozárabe
esto se ve con claridad en cada misa. En el rito romano esto queda en cierto
modo reducido a las súplicas propias del Viernes Santo.
La Liturgia eucarística.
145.
Los diáconos y acólitos colocan en el altar el corporal, el purificador, el
cáliz y el Misal...
Los
diáconos o el mismo Obispo reciben las ofrendas de los fieles en un lugar
adecuado. Los diáconos llevan el pan y el vino al altar, lo demás a un lugar
apropiado, preparado con anterioridad.
Aunque no sea lo habitual, el diácono
puede recibir también las ofrendas. Sería bueno que antes de la celebración se
pusieran de acuerdo el obispo y el diácono sobre quién recibe las ofrendas.
146.
El Obispo va al altar, deja la mitra, recibe del diácono la patena con pan...
147.
Entre tanto, el diácono vierte vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en
secreto el agua unida al vino." Después el Obispo presenta el cáliz...
Aquí observamos una discrepancia con lo
que solemos ver. La práctica común es prepararlo todo para limitarse a
presentar la patena y el cáliz al obispo. La razón es el "espíritu de
prisa", por denominarlo de alguna manera, que se suele tener en estos momentos.
Echar agua en el cáliz forma parte integral de la presentación del cáliz. No es
un momento "previo". La unión del agua al vino fue defendida como un
rito casi sustancial por los Padres de la Iglesia. Si hay varios cálices este
rito se hace complejo, pues mientras se disponen el que preside no suele
esperar y hace la oración "Bendito seas, Señor...". Aunque presente
un solo cáliz por razones de simplicidad, en realidad presenta al Padre todos
los cálices con vino, por lo que debería esperar no sólo a que se eche agua en
todos los cálices, sino también en que todos estén dispuestos sobre el
corporal.
149.
...Terminada esta incensación, todos se ponen de pie, el diácono
desde un lado del altar inciensa al Obispo, el cual está de pie y sin
mitra; luego a los concelebrantes y después al pueblo.
150.
... El Obispo se lava y se seca las manos. Si es necesario uno de los diáconos
toma el anillo del Obispo.
La disposición de los innumerables
concelebrantes que suelen estar en las misas estacionales, muchos de ellos
"confundidos" con el pueblo (ocupando bancos en la nave de la
iglesia) hace difícil incensarlos a todos de forma armónica y diferenciada
respecto al pueblo. Conviene recordar aquí el número 96: "El diácono inciensa
a todos los concelebrantes al mismo tiempo". Con la restitución -o ampliación, si
contamos la concelebración el día de la ordenación antes del Vaticano II- de la
concelebración eucarística se ha producido una consecuente falta de comprensión
sobre su sentido. Esto no es de extrañar, teniendo en cuenta su ausencia
durante siglos. Los concelebrantes forman un "cuerpo" único. Aunque
algunos no pudieran llevar todas las vestiduras de su orden u otros puedan
llevar alguna insignia por privilegio, todos son iguales. La presencia de
obispos concelebrantes no cambia esto y la rúbrica no los incluye
deliberadamente. El obispo concelebrante sólo se diferencia de los demás en
cuanto al embolismo específico que debe pronunciar en la Plegaria eucarística.
152.
... el Obispo, con las manos extendidas, canta o dice la oración sobre
las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.
153.
Después el diácono toma el solideo del Obispo y lo entrega al ministro. Los
concelebrantes se acercan al altar y están de pie cerca de él, de tal manera
que no impidan el desarrollo de los ritos y que la acción sagrada pueda ser
mirada atentamente por los fieles.
Los
diáconos están detrás de los concelebrantes, para que cuando sea necesario, uno
de ellos sirva en lo referente al cáliz o al misal. Ninguno permanezca entre el
Obispo y los concelebrantes, o entre éstos y el altar.
Esto se puede interpretar también de
otros "ministros", por ejemplo el maestro de ceremonias. Si los
diáconos están detrás de los concelebrantes, los ceremonieros no pueden estar
delante o entre concelebrante y obispo. Hay que subrayar también lo que dice
sobre que los diáconos son los que sirven en lo referente al misal. No el
maestro de ceremonias o un concelebrante.
155.
...Uno de los diáconos coloca el incienso en el incensario y en cada una
de las elevaciones inciensa la hostia y el cáliz.
Los
diáconos permanecen de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del
cáliz.
Después
de la consagración el diácono, si se juzga conveniente, vuelve a cubrir el
cáliz y el copón.
158.
Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, el diácono, de pie al lado
del Obispo, tiene elevado el cáliz, mientras el Obispo eleva la patena con la
hostia, hasta que el pueblo haya respondido Amén.
La doxología acaba con el Amén del
pueblo. Tanto el cáliz como la patena se mantienen elevados hasta ese momento.
161. ... Si se cree oportuno, uno de los
diáconos, dirigiéndose a la asamblea, hace la invitación para la paz con estas
palabras: Daos fraternalmente la paz.
El Obispo da la paz al menos a los dos
concelebrantes más cercanos a él, después al primero de los diáconos.
La paz a los que están realmente más
cercanos y luego a los diáconos, que están cerca pero no tanto.
163. Dicha en secreto la oración antes de la
Comunión, el Obispo hace genuflexión y toma la patena. Los concelebrantes
uno a uno se acercan al Obispo, hacen genuflexión, y de él reciben
reverentemente el Cuerpo de Cristo, y teniéndolo con la mano derecha, y
colocando la izquierda debajo, se retiran a sus lugares. Sin embargo, los
concelebrantes pueden permanecer en sus lugares y recibir allí mismo el
Cuerpo de Cristo.
Luego el Obispo toma la hostia, la sostiene
un poco elevada sobre la patena, y, dirigiéndose a la asamblea, dice: Este es
el Cordero de Dios, y prosigue con los concelebrantes y el pueblo diciendo:
Señor, no soy digno.
Mientras el Obispo comulga el Cuerpo de
Cristo, se inicia el canto de Comunión.
164. El Obispo, una vez que bebió la Sangre
de Cristo, entrega el cáliz a uno de los diáconos y distribuye la
Comunión a los diáconos y también a los fieles.
Los concelebrantes se acercan al altar
y beben la Sangre, que los diáconos les presentan. Estos limpian el cáliz
con el purificador, después de la Comunión de cada uno de los
concelebrantes.
165. Acabada la Comunión, uno de los
diáconos bebe la Sangre que hubiere, lleva el cáliz a la credencia y
allí, en seguida, o después de la Misa, lo purifica y arregla. El otro
diácono, o uno de los concelebrantes, si hubieren quedado hostias
consagradas, las lleva al tabernáculo, y en la credencia purifica la patena
o el copón sobre el cáliz, antes de que éste sea purificado.
Nuevamente nos encontramos con
diferencias entre lo que solemos ver y lo que está mandado. Si hacemos caso al
número 163, habría que dar el cuerpo de Cristo -o que suban al altar y recibirlo
de manos del obispo- a todos los concelebrantes. Este dato ya nos indica que el
número de concelebrantes pensado en el Ceremonial de los Obispos no debería ser
muy amplio. Con respecto al número 164, los diáconos comulgan después que el
obispo, que les da la comunión. Observamos aquí otra diferencia entre lo que se
ve y lo que se manda: lo habitual es ver que el cáliz descansa sobre el altar y
los mismos concelebrantes beben de él. Sin embargo, aquí se manda que el cáliz
sea presentado a los concelebrantes por los diáconos.
Los números 163 y 164 nos transmiten una
manera de comulgar de los concelebrantes que es distinta de la que estamos
acostumbrados a ver. La razón de esto está en el n. 246 de la OGMR, que entre
los modos que presenta para que los concelebrantes comulguen del cáliz -en
concreto la forma "a)"- da la posibilidad de que los concelebrantes
se acerquen al altar. No obstante, la forma de comulgar en la misa estacional,
según nos la presenta el Ceremonial, es la "b)" del n. 246 de la
OGMR.
169.
Uno de los diáconos puede invitar a todos diciendo: Inclinaos para recibir la
bendición, o algo similar.
170.
Dada la bendición uno de los diáconos despide al pueblo, diciendo: Podéis ir en
paz; y todos responden: Demos gracias a Dios.
Después
el Obispo besa el altar, como de costumbre, y le hace la debida reverencia.
También los concelebrantes y todos los que están en el presbiterio, saludan el
altar, como al principio, y regresan procesionalmente al
"secretarium", en el mismo orden en que vinieron.
Aquí notamos una ausencia. El obispo
besa el altar. Los concelebrantes no. ¿Y los diáconos? Este "vacío
legal" se resuelve desde el n. 186 de la OGMR, donde dice que el diácono "juntamente con el
sacerdote, venera el altar besándolo, y haciendo una profunda reverencia, se
retira en el mismo orden en que había llegado".
Adolfo Ivorra
Nos ha sido imposible contactar con el autor, si existiera algún derecho de autor sobre el texto les agradeceríamos que nos lo notificaran para actuar según sea conveniente.
Los artículos originales pueden encontrarse en los siguientes enlaces:
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