lunes, 13 de marzo de 2017

El diácono casado como miembro peculiar de una familia

Así como decíamos al final de la entrada anterior que el diácono casado es un miembro de la jerarquía con unas peculiaridades: trabajo civil, familia,… que le diferencian en algunos aspectos del resto del clero, también, en el seno de su familia, es alguien que tiene unas singularidades que no se encuentran en otro esposo o padre de familia.

Pero antes de describir estas particularidades, hay que decir alto y claro que el diácono casado es un esposo y un padre de familia con todas sus consecuencias, es decir, con las mismas atribuciones, derechos y deberes que cualquier esposo y padre cristiano. Todo lo que trae consigo el sacramento del matrimonio recibido no sufre ningún recorte, limitación o excepción cuando es ordenado diácono, salvo que si enviuda no puede volver a casarse de nuevo[1]. En consecuencia vive su sacramento matrimonial, su misión esponsal-familiar y su vocación como cualquier esposo y padre cristiano.

Y es que, aunque esto suene un poco raro, es precisamente lo que el Vaticano II buscó al restaurar el diaconado permanente de varones casados. En un Concilio que quería acercar más la jerarquía al resto del pueblo de Dios, era evidente la necesidad de un cambio en la misma concepción jerárquica y en la participación de los laicos en la vida de la Iglesia, incluyendo el apostolado[2]. Uno de los instrumentos para tal fin, podía ser el diaconado permanente abierto a los casados, que es un eficaz ministerio intermedio entre jerarquía y laicado. Y es que los diáconos casados, con su estilo de vida entre clerical y laical, están insertos de lleno en el mundo, con su trabajo y familia, y son conocedores de primera mano de los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo[3].

Pero, ¿realmente el diácono casado es un esposo y un padre normal? ¿No influye su vocación y ministerio en su familia? Yendo más allá, en una dimensión más espiritual, ¿cómo la esposa y los hijos se ven influenciados por el sacramento del Orden en grado diaconal?

En primer lugar, en cuanto a lo eminentemente práctico relacionado con la conciliación de sus deberes como padre y esposo y los de ministro ordenado, nos engañaríamos si no dijéramos que exige del diácono casado y su familia una disponibilidad, entrega y ajuste de horarios muy considerable. Pero esto lo conoce bien cualquier persona con una agenda apretada debido a un trabajo o hobby, con una dedicación muy exclusiva (marino, bombero, militar, etc…). La prudencia y el buen hacer de todos los aquí implicados, incluyendo por supuesto al obispo diocesano que será quien encomiende al diácono su misión, debe conseguir que no se vea menoscabada la importantísima tarea de padre y esposo del diácono casado. Sería un despropósito que, siguiendo su vocación al servicio de diácono, descuidara su primera vocación como esposo, no sirviendo a su propia familia.

Ya que la vida conyugal y familiar y el trabajo profesional reducen inevitablemente el tiempo para dedicar al ministerio, se pide un particular empeño para conseguir la necesaria unidad, incluso a través de la oración en común. En el matrimonio el amor se hace donación interpersonal, mutua fidelidad, fuente de vida nueva, sostén en los momentos de alegría y de dolor; en una palabra, el amor se hace servicio. Vivido en la fe, este servicio familiar es, para los demás fieles, ejemplo de amor en Cristo y el diácono casado lo debe usar también como estímulo de su diaconía en la Iglesia[4].

En todo caso, el resto de la familia, en especial la esposa, tiene un papel de acompañante que hay que alabar. Ella debe acoger la vocación del marido sin desentenderse de la misma, pues necesitará en muchas ocasiones de su ayuda para cumplir con las obligaciones familiares. Y aunque el que recibe el sacramento del Orden es él, la esposa es, de alguna manera, co-ministra, pues también ha de aceptar la vocación de su marido (sin su permiso no puede iniciarse el proceso vocacional), acoge las gracias que el sacramento vierte en el seno de la familia y ha de ser una fiel acompañante en el período formativo previo a la ordenación y durante su posterior vida ministerial. Detrás de un diácono casado siempre hay una esposa llena de disponibilidad y entrega y unos hijos que no dejan de recibir el ejemplo de servicio de sus padres. La familia así se convierte en una familia peculiar, en una familia diaconal. Dios ha puesto en su camino una gracia que quizás no esperaban. Pero como toda vocación, estamos hablando de los planes de Dios, no de los nuestros.

Si el diaconado es servicio, y el sacramento del Orden da la gracia necesaria para desarrollar esta misión, no es descabellado decir que la familia del diácono recibe, misteriosamente, la gracia necesaria para acompañar al esposo y padre en el cumplimiento de su tarea eclesial. Todos están llamados, de una manera u otra, directa o indirectamente, a ayudar al diácono en este servicio y a convertirse ellos en servidores-diáconos para los demás. Y aún más, este servicio, como gracia, como ejemplo y como modo de vida debe impregnar la casa del diácono. En el Nuevo Testamento encontramos un par de textos reveladores sobre esto que venimos diciendo. Aunque el segundo es discutible, según la traducción del nombre propio que tomemos, se deja ver igualmente la influencia misteriosa que ejerce la gracia recibida por el padre en su familia:

Al día siguiente, partimos de allí y llegamos a Cesarea; entramos en la casa de Felipe, el evangelista, uno de los Siete, y nos quedamos con él. Este tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban (Hch 21, 8-9).

Un último ruego, hermanos: Sabéis que la casa de Estéfanas (¿Esteban?) es primicia de Acaya y que se pusieron al servicio de los santos. Someteos también vosotros a gente como esta y a cualquiera que coopere en sus esfuerzos (1Cor 16, 15-16).

Comentando este último texto, el diácono valenciano J. Rodilla escribe:

El diácono casado es cabeza de una familia, señor de su casa, porque si el contexto en el que pone como ejemplo a la familia de Esteban en Acaya definiendo unas actitudes maduras de cristianos, quiere decir que esa familia sirve, que en esa casa se hacen las cosas con amor, que hay animosidad para hacer el bien prodigándose en ser servidores, en vivir con valentía la fe, que aunque puedan haber combates que hagan tambalear las actitudes, la fuerza del Espíritu hace inquebrantables los convencimientos del amor al Señor Resucitado, que es en definitiva lo que predica Pablo en una sociedad como la corintia, a una Iglesia naciente que se tambalea ante las tremendas dificultades. […] Esta imagen es un aliciente para la vida de quienes pretenden servir a la comunidad eclesial, que el hogar cristiano debe ser un lugar de encuentro, la relación familiar esté basada en el amor, el trabajo y dedicación profesional sea ejemplar, digno de cristianos, así como el servicio apostólico en el ámbito de la comunidad busque siempre el bien de los demás. La oración y la alabanza broten sinceras participando en ella los hijos. La limosna, la puerta abierta, el perder la vida por los hermanos surge espontáneamente cuando el Señor es el Señor de la casa y el Señor de las vidas[5].

Con todo esto es fácil percibir que la gracia matrimonial que los esposos recibieron se complementa con la que el esposo recibe con la ordenación diaconal. Servicio matrimonial y servicio diaconal. Si el matrimonio tiene como funciones el formar una comunidad de personas, servir a la vida, participar en el desarrollo de la sociedad y participar en la vida y misión de la Iglesia [6], ¿no aporta la gracia diaconal algo que arrastra ya definitivamente, por obra del Espíritu, al servicio, a ser una auténtica familia diaconal? El diácono casado se convierte así, por puro don y gracia, en miembro privilegiado de una familia que ha recibido en su seno dos sacramentos que no tienen sentido si no se irradian a los demás. Es un miembro peculiar, sí, él sólo ha recibido realmente el Orden, pero su gracia llega, de una u otra manera, a su familia, que también es peculiar. Y todo por puro don inmerecido al cual se debe responder con agradecimiento y servicio.


[1] Cfr. PABLO VI, Motu Proprio Ad Pascendum, Roma (15-8-1972). Es un impedimento, pero puede ser dispensado por el Romano Pontífice.
[2] Cfr. LG, 37.
[3] Cfr. GS, 1.
[4] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, Roma (22-2-1998), 61.
[5] J. RODILLA MARTÍNEZ, El Diaconado Permanente en los albores del Tercer Milenio, 57.
[6] FC, 17

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