sábado, 30 de mayo de 2015

Nuevos artículos publicados

Nos complace presentar aquí completos los otros dos artículos que se han publicado en la revista diocesana Sembrar:

Diaconado permanente: ¿moda o necesidad?, por Jesús Camarero

Son muchos los que se hacen hoy esta pregunta. Y la respuesta demuestra que ambas realidades se reclaman mutuamente: el diaconado permanente es una novedad importante en la actual situación eclesial, precisamente por su necesidad.

La historia del diaconado permanente se remonta a los orígenes cristianos. En el año 55, san Pablo habla ya de la figura del diácono (Filp 1,1) y de sus requisitos: Los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Probados primero y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos» (1Tm 3, 8-10). Su carta fundacional razona su necesidad: No parece bien que nosotros (los doce) abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los nombraremos para este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra”» (Hch 6, 1-4).


A tenor de las condiciones exigidas, se trata de un ministerio importante. Así lo atestigua la primitiva cristiandad, por boca de uno de sus obispos más insignes, san Ignacio de Antioquía, cuando dice: “Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo”. Y queda corroborado por el testimonio inapelable del diácono San Esteban, que, en adelante, va a marcar la impronta diaconal. A su vera, con el tiempo, florecerán las figuras estelares de los españoles, san Lorenzo y san Vicente, y del Doctor de la Iglesia, san Efrén, entre otros.

En su servicio diaconal no deja de sorprender la variedad de tareas, que, más allá de la liturgia, espiritualidad y evangelización, inciden en su campo más específico, que les impulsa incluso a salir a la calle en busca de pobres y enfermos. Es lo que refleja un antiguo código eclesial sirio del siglo III –la Didascalía- y que hoy traduciríamos por “la opción preferencial por los pobres” (toda clase de pobres, no sólo en el sentido material). Su influencia llega a ser tal que se les confían responsabilidades tan delicadas como la cuestión de la economía de la Iglesia (sobre todo para el servicio a los necesitados). Y en el siglo III, en un relevante documento de Roma - La Tradición Apostólica- aparece ya la figura del diácono como un auténtico ministerio eclesial, tras los obispos y presbíteros, pero especialmente vinculado al obispo, como reza un texto paralelo: “Tengan, pues, el obispo y el diácono una misma mente… Sea el diácono el oído del obispo, y su boca y su corazón y su alma”.

Esta calidad  diaconal, símbolo palpable de la diaconía (servicio) de Cristo, va a alcanzar su esplendor en el siglo IV, en que por una serie de circunstancias (competencia con los presbíteros) y cambios profundos (aparición de las parroquias) termina diluyéndose el estatus de este ministerio, para quedar  reducido a algunas funciones litúrgicas y como paso previo al sacerdocio. Esta es la situación  durante toda la Edad Media (véase santo Tomás de Aquino) que, fuera del intento fallido de  restauración en el Concilio de Trento, ha permanecido hasta 1950. Fue entonces, en vísperas del Concilio Vaticano II, cuando en Alemania un grupo de personas, profundamente comprometidas en las labores de la Iglesia, reclama la ordenación diaconal. Y son los obispos alemanes, en gran medida, quienes se hacen eco de este deseo y solicitan al Concilio la restauración del diaconado permanente. Surge así en la asamblea conciliar una profunda reflexión que por fin establece las condiciones para el acceso a dicho ministerio de hombres casados (sólidos en su matrimonio, familia y profesión), dejando el tema en manos de las conferencias episcopales.

La razón profunda para su restauración ha sido que las funciones correspondientes a la esencia del diaconado serían muy difíciles de cumplir hoy, en muchos ámbitos,  sin este  ministerio. Desde aquí es fácil comprender la diferencia entre el ministerio del sacerdocio y del diaconado. El diácono no es un minisacerdote, ni un tapagujeros por la escasez de sacerdotes. Tampoco se le ha de ver como el paso obligado para acceder al sacerdocio, sino como el que desarrolla el sacramento del Orden en su triple estructura original, como ministerio propio e independiente (LG 29), lo que explica que su restauración constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. Y lo prueba su acogida, con una singularidad muy llamativa: no han sido las iglesias “de misión” (Africa, Suramérica), sino “las de cristiandad” (Norteamérica y Europa) las que están desarrollando con verdadero gozo y provecho este ministerio. En este ámbito es donde ha surgido una reflexión muy valiosa que destaca el papel decisivo de este ministerio para que en la comunidad cristiana se mantenga vivo y se practique el espíritu de la diaconía. No en vano conviene saber que Francisco de Asís fue diácono, ejemplo formidable para una Iglesia del servicio.


Fuente: Web diocesana. Pinche aquí.

Aquí aparece, incompleto, en la revista diocesana. Pinche aquí. 


El diaconado permanente, por David Jiménez

¿Qué es el diaconado permanente?

  •  Al sacramento del Orden pertenece el episcopado, el presbiterado y el diaconado. El diaconado es, por tanto, el grado inferior del ministerio ordenado. Mediante la ordenación diaconal se entra a formar parte del clero y se recibe una misión y potestad eclesial, configurando al ordenado con Cristo servidor. El diácono permanente se incardina en una diócesis, y de su obispo recibe su misión según las necesidades que éste considere.
  • El diaconado es una vocación, es llamada de Dios concreta y particular que éste hace a algunos de los miembros de la Iglesia a configurarse sacramentalmente con Cristo Siervo, consagrando su vida entera al servicio de Dios y su Iglesia.
  • La vocación al diaconado permanente es distinta de la del presbítero. Tanto uno como otro tienen su función en la Iglesia. Todos los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la santidad y al apostolado: los sacerdotes, los diáconos, los miem­bros de la vida consagrada y los fieles laicos; a su vez, todos participan en la misión de la Iglesia con carismas y ministerios diversos y complementarios.
  • El diácono contempla su triple ministerio (munera) al servicio de la Palabra, la Caridad y la Liturgia. Sus funciones se mueven en estos tres campos. Entre sus funciones litúrgicas, quizás las más visibles, están: asistir durante las funciones litúrgicas al obispo y presbítero, administrar solemnemente el bautismo, ser ministro ordinario de la comunión y exposición, presidir la celebración del matrimonio, administrar sacramentales, presidir los ritos fúnebres y sepulcrales, dirigir la celebración de la Palabra de Dios, leer a los fieles los divinos libros de la Escritura, instruir y animar al pueblo (pueden dirigir la homilía) y presidir otros oficios del culto y oraciones.
  • Los candidatos al presbiterado, previamente a la ordenación sacerdotal, también reciben el diaconado. Se les suele llamar diáconos “transitorios”. Se trata del mismo sacramento que los que lo reciben en grado permanente. La celebración litúrgica es exactamente igual y su potestad y funciones a realizar son también idénticas.
  • El diaconado permanente puede ser recibido por varones célibes o casados. Incluso lo pueden recibir miembros de institutos de vida consagrada. Si lo reciben célibes han de permanecer así durante toda su vida. Si el que lo recibe es casado no podrá volver a casarse si enviuda.
  • El diácono permanente, casado o célibe, suele sustentarse de su trabajo civil. Sólo en caso de que su obispo le pida dedicarse a tiempo completo al ministerio en la diócesis recibe remuneración.
  • Un diácono permanente casado es un esposo como los demás. Su vida matrimonial y familiar debe ser como la de cualquier esposo cristiano. Dada la incidencia en la vida del diácono de este sacramento, la esposa tiene un papel fundamental de apoyo y debe dar permiso expreso para la ordenación. Sin su permiso no se admite dicha ordenación, y aún siquiera el inicio del proceso formativo.


¿Qué no es el diaconado permanente?


  • El diaconado no es un premio a un laico por los servicios prestados a la Iglesia, ni prebenda, ni dignidad eclesial. Tampoco debe admitirse a aquel que, deseando ser presbítero, ante la imposibilidad de serlo por ser casado, viera en el diaconado una compensación o suplencia de aquella aspiración. El candidato ha de tener vocación de diácono. El diácono permanente no es un medio-presbítero, ni un superlaico, ni un sacristán con galones, ni un candidato a presbítero que se quedó por el camino. Es una vocación propia, diferente y que no depende de las demás.
  • El diácono permanente no es un ministro a tiempo parcial aunque compagine las funciones estrictamente ministeriales con las laborales y/o familiares. No se puede ser ministro del Señor sólo en una faceta de su vida: toda ella entera es ya de Cristo y su Iglesia. Es diácono siempre, a cualquier hora del día, haga lo que haga. Por eso el servidor al modo de Jesús no lo es sólo cuando colabora con las tareas que le son encomendadas, sino que es servidor-diácono en todo momento. Su esencia oblativa, su ser, se impone sobre sus funciones y les da sentido. El contemplar el ministerio diaconal sólo por sus tareas es por tanto una visión muy parcial y pobre de lo que es la llamada al servicio al modo de Jesús.
  • El diácono no se ordena al “sacerdocio” sino al “ministerio” (LG 29). El presbítero es insustituible en sí mismo, por lo que aunque algunas funciones son comunes, nunca un diácono podrá sustituir en plenitud a un presbítero. Pero tampoco la vocación presbiteral sustituye, o es “más” que la del diácono. Son vocaciones distintas. El ordenar o no diáconos permanentes no debería estar relacionado con la escasez o abundancia de vocaciones sacerdotales.
  • El diácono permanente, célibe o casado, no está obligado a llevar traje eclesiástico (clerygman,…), aunque tiene derecho a llevarlo. Las circunstancias de su vida y el momento le aconsejarán lo apropiado. 
  • No es “más” diácono el varón ordenado célibe que el casado. El sacramento, potestad, atribuciones y funciones son iguales, es el estado de vida el que cambia. Los que están casados deben compaginar ambas vocaciones sin desatender a su esposa y familia. 
  • El diaconado no es un ministerio nuevo, raro o extraño en la Iglesia. Ya en los Hechos de los Apóstoles aparecen los primeros diáconos (Hch 6, 1-6).  Fue restaurado como grado permanente en el Concilio Vaticano II. Aunque en algunas diócesis de España no haya sido restaurado, en otras es muy habitual. En España hay algo más de 400, pero en otros países su número es muy considerable: Estados Unidos (unos 18.000), Italia (unos 4200) y Alemania (3200), Francia (2500),... Su número aumenta más y más en relación a cualquier otra forma de vida consagrada o ministerio (han pasado en el mundo de los 29.000 en 2001 a los 42.316 en 2013, según el Anuario pontificio).



Aquí aparece este artículo, muy reducido, en Sembrar. Pinche aquí.






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